En los años 70 existía la costumbre de enviar postales. El viajero remitía bellas postales que reflejaban los lugares visitados.
Como no había móviles y el telégrama era caro, se utilizaba este socorrido medio epistolar. Generalmente la postal se mandaba sin sobre. No importaba que alguien extraño leyera nuestro texto.
La postal tenía dos partes: la de la fotografía de estudio y la del texto, dirección del destinatario y sello. Había que desarrollar una especial habilidad para condensar lo que querías decir en tan limitado espacio y sin la intimidad antes citada.
En la foto, una postal de 1890 con el matasello de Llerena.
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