martes, 2 de diciembre de 2008

Llerena estanca

Llerena era estanca. Ahora podemos verlo con claridad.
En aquellos tiempos caminabamos por las calles de Llerena con la agradable sensación de estar en un laberinto. Un estado de ánimo que navegaba entre la aceptación y el sentirnos protegidos.

Por alguna desconocida razón, las calles te transportaban a diferentes estadios del universo Llerena que nada tenía que ver con el resto del mundo. Un mundo que recordabas por lejanas referencias y, cada vez más, apartadas vivencias.

Las calles, todas ellas iguales y diferentes al mismo tiempo. Los parques, cada uno con su peculiar e idéntica personalidad. Los edificios todos ellos intimidantes y bellos.

Observando la foto aérea de Llerena, el viajero descubre con sorpresa que la tapa de Llerena es roja. En brusco contraste con el recuerdo de la Ellerina blanca, ebúrnea, nívea y plana de la memoria. La memoria del paseante y del pasado.

En estos momentos no puedo asegurar si recorrí todas las calles, si visité todos los parques o contemplé todos los edificios. Probablemente no. Pero si algún día vuelvo, me prometo hacerlo. Quizás con el ingenuo afán de poder decir: yo caminé por toda élla...

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